Es una idea genial. Resuelve el problema de comprender a la prosperidad. Refuta la falacia de la suma cero que tanto infecta a la política.
La idea de que es posible tener una sociedad próspera y floreciente dejando que las personas sean libres para buscar su propia felicidad, es esa respuesta poco intuitiva que hace posible defender a la libertad y a los sistemas económicos que la tienen como base.
Más aún, es la gran crítica a los sistemas que optan por reducir la libertad económica personal dando más responsabilidades a los gobiernos.
Por más que se discuta en su contra, la idea tiene un gran poder para crear defensas de la libertad como un medio de prosperidad general y combate a la pobreza. Dejando que las personas persigan sus propios objetivos será posible tener esa sociedad floreciente y armónica.
Esto, que es un razonamiento económico que Adam Smith hizo famoso, ha creado una cierta miopía. La de defender por sí sola a la libertad económica, a los mercados libres, al libre comercio, a la propiedad privada, al liberalismo, al capitalismo y demás. Eso es correcto es cierto sentido.
Pero también debe incluirse lo que esa libertad económica supone, comenzando por lo que creo que es obvio: la libertad económica, por buena que sea y lo es, no resulta ser la respuesta única del florecimiento y la prosperidad. Y, si bien la Economía nos ayuda con poderosos razonamientos para entender comportamientos sociales, no es la ciencia del todo.
Hay otras cosas, otros elementos que deben considerarse y que son indispensables para una defensa aún mejor de la libertad en general y de la económica en particular.
Por ejemplo, ¿es el interés propio la gran motivación humana? Sin duda puede argumentarse que hay otros motivos. Más aún, el interés propio puede ser entendido de muy diversas formas, desde el más destructivo egoísmo hasta el altruismo ilustrado.
Otro asunto, el de la asignación correcta y eficiente de recursos escasos. Sin duda, los mercados libres y el comercio internacional son los medios más responsables para enfrentar la satisfacción de necesidades ilimitadas con recursos escasos. Sin embargo, esto requiere ciertas bases y tampoco resulta ser la respuesta a todo.
Llego así a lo que considero que bien vale una segunda opinión. La libertad económica es realmente algo digno de defender. En buena parte porque es irresponsable tener otros sistemas económicos que desperdicien recursos que son escasos. Pero, mucho me temo que la libertad económica tiene otros sustentos que merecen atención y también deben ser defendidos.
Neto, neto, defender a la libertad económica significa también defender a un cierto orden moral que tiene aplicación en conductas humanas adicionales a las económicas.
Por ejemplo, defender a un orden moral que sostenga la existencia de la libertad, del libre albedrío como parte de la dignidad humana. Libertad no solo económica, sino libertad general en política, en educación, religión, lo que a usted se le ocurra.
Como consecuencia, quien defiende a la libertad económica, se convierte sin otra posibilidad lógica en defensor de conceptos como el de república, por ejemplo.
Igualmente, quien defiende a la libertad económica se obliga a defender a la capacidad humana de razonar. Es decir, de entender a la realidad, de conocerla y poder llegar a la verdad. Es otra de las partes de la dignidad humana, ser libres y poder pensar. Una cualidad sin la otra no tiene sentido.
La combinación de lo anterior hace posible concluir que el defensor de la libertad económica presupone que los humanos podemos distinguir entre la verdad y la mentira, entre lo bueno y lo malo. Por eso defiende a la libertad, porque ha concluido que es buena y verdadera, preferible a sus alternativas.
Esto significa la existencia de un orden moral que es una especie de cimiento sobre el que descansa la libertad económica que se defiende. Un orden moral que es posible conocer y razonar, sobre el que se concluye que dejando en libertad económica a las personas se logra prosperidad y creación de riqueza.
Un orden moral que, además, no es solo aplicable a los asuntos económicos sino al resto de la vida. Es el orden moral que hace posible reprobar a la esclavitud, al nazismo, al estatismo y, en general, a todo aquello que niega a la libertad y a la razón.
Este es mi punto concretamente. Cuando el defensor de la libertad económica olvida defender también al orden moral objetivo y universal en el que está parado, realiza una defensa que está destinada a fracasar.