Nuestra vida ahora se mueven en dos escenarios: el espacio físico y el espacio virtual
Redacción de: Aristeo García González
En nuestro mundo físico, actuamos, expresamos y nos relacionamos de tal manera que, al hacerlo ya estamos pensando trasladar esa experiencia física al mundo virtual.
Entonces, por qué hablar del ser humano en el mundo digital. Para ello, resulta interesante entenderlo desde un doble sentido: el “ser” como verbo y lo “humano” como atributo. Partiendo de esta lógica, podemos entender la necesidad de poder ser humano, esto es, actuar con libertad e integridad en ambos escenarios.
Sin duda, ambos espacios en los que interactuamos ahora son esenciales, lo que nos permite actuar en condiciones de libertad, privacidad y autonomía, lo cual en cierta manera nos permite reivindicar la posición que tenemos [el ser humano] dentro del mundo digital.
Sin embargo, el desarrollo y la innovación tecnológica cada día están configurando los entornos políticos, sociales, económicos y culturales, lo que hace necesario hacer una pausa y pensar: la persona sigue siendo la misma tanto en el espacio físico como lo virtual.
Una primera respuesta, podría serlo sí, a pesar las implicaciones jurídicas, éticas y políticas. No obstante, cabría detenerse a pensar si realmente, la persona en el mundo digital, no corre el riesgo de ser cosificada o simplemente esta quedando reducida a un perfil de datos.
No hay que olvidar que la tecnología puede llegar a abducir a la persona, al grado de ya no poder salir de mundo digital, situación semejante a la reflejada en el rodaje de El ángel exterminador del director Luis Buñuel en 1962, donde invitados adinerados reunidos en un mansión al terminar una velada y ya cansados, indican que quieren marcharse de la casa, pero al final nadie se va, todos los reunidos se instalan y pasan la noche en el salón. Situación similar a la que vivimos hoy en día, no podemos abandonar la estancia, nuestra estancia en el mundo digital. O bien, similar a la película de El juego del calamar, donde todos quieren participar a pesar de las circunstancias y desigualdades, llevando a cada persona a situaciones extremas, esto es, permanecer en el mundo digital.
Precisamente, la historia de la humanidad se ha caracteriza por la evolución de la técnica [imprenta, la televisión, la radio] y las relaciones sociales [plazas públicas, redes sociales, plataformas digitales], lo que ha permitido ampliar nuestras capacidades, pero nunca en sustitución de nuestra condición humana. Sin embargo, estamos en el punto donde la tecnología ya no sólo está transformando el entorno, también está penetrando en nuestra identidad, en la toma de decisiones, incluso en el cuerpo y la mente de cada uno de nosotros.
De ahí que ahora estemos viviendo una “aceleración de la historia” [Hartmut Rosa, Alineación y Aceleración, 2016], donde lo social y tecnológico están transcurren de manera vertiginosa, esta aceleración constituye un desafío profundo en el entorno de las estructuras tradicionales, por ejemplo del derecho, la ética y la cultura.
En consecuencia, si la tecnología llega a imponerse como un fin en sí mismo, en lugar de ser un instrumento al servicio de la humanidad. Sin duda, la persona se convertiría en una reducción, dado que las personas no son “usuarios, consumidores u objetos conectados”, se trata de sujetos de derechos, titulares de dignidad, personas autónomas, donde su identidad no tiene por qué depender de algoritmos.
Entonces: ¿se puede ser o no ser persona en el mundo digital?
Hasta ahora, no hay personas digitales o seres humanos digitales, existen personas que usan o no la tecnología, que participan en el mundo digital. Por lo tanto, ser una “persona digital” únicamente tiene que ver con el entorno en el cual se es participe, por qué también podemos ser “persona no digital”, es decir, podemos abandonar la velada en el momento que queramos o, simplemente no participar en el juego del calamar.