Ni por ser nueva es buena, ni por ser fácil es necesaria, ni por ser brillante es imprescindible
Redacción por: Aristeo García González
La fascinación por los avances tecnológicos nos ha acompañado desde siempre, un bíper, una computadora, una laptop, Internet o un teléfono inteligente y, más recientemente, la Inteligencia Artificial (IA), son sólo algunos de los progresos que nos han permitido ver la vida de otro manera. Solemos conferirles poderes extraordinarios a lo que desconocemos y se nos presenta como algo infalible, inalcanzable y, por lo tanto, absolutamente poderoso, lo que en la mayoría de los casos nos puede llevar a pensar que tienen solución para casi todo.
Un remedio para la salud, aprender un oficio, realizar una imagen, realizar una trabajo, generar una imagen son solo algunas de las tareas que ahora pueden ser realizadas por la IA.
Si queremos que el uso de la IA sea tan inteligente, es preciso que lo hagamos con escepticismo lúcido o, si se quiere, con una confianza critica. Ni por ser nueva es buena, ni por ser fácil es necesaria, ni por ser brillante es imprescindible. El cómo y el por qué son sustantivos a cualquier toma de decisiones sobre su uso, toda vez que la IA es sólo un conjunto de herramientas y algoritmos con el potencial de transformar a la sociedad.
Hoy, no hay duda, por primera vez tenemos a nuestro alcance una herramienta capaz de expandir nuestra mente, multiplicar nuestro impacto o esclavizarnos y hacernos perder el rumbo. Se trata de un progreso tecnológico que ha sido posible gracias al conocimiento acumulado.
Entonces, ¿debemos temer a la IA?
A pesar de los discursos polarizados sobre el uso de la IA, el real y verdadero peligro reside en la aplicación irresponsable y sin supervisión de la IA «débil» o «estrecha» que ya está plenamente operativa. La clave para mitigar los riesgos y maximizar los beneficios de esta tecnología radica en la comprensión, la educación y la implementación de marcos de gobernanza sólidos, tanto a nivel ético como regulatorio.
Entonces, y toda vez que el futuro de la IA no está predeterminado por la tecnología en sí, sino por las decisiones proactivas que la sociedad va tomando para guiar su desarrollo y uso. Parafraseando a Isaac Newton [1675], si hemos logrado ver más lejos, es porque nos hemos podido subir a hombros de gigantes.
La IA es un gigante que nos permite comprender de manera profunda o hacer nuevos descubrimientos a partir de los ya existentes. En consecuencia, más que miedo, debemos reconocer los esfuerzos de quienes han abierto el camino para contribuir al conocimiento y al progreso, al final, el uso que hagamos de la misma depende más de la inteligencia humana que de la propia inteligencia artificial.