Manejar en México no es una habilidad, es un arte.

Nada describe mejor el sentido del “me vale madres el otro cabrón” del mexicano, como ponerse detrás de un volante y dar algunas vueltas por la ciudad. Es muy común manejar e ir evitando las pendejadas a diestra y siniestra de combis, camiones, señoras en camioneta, burócratas hablando por teléfono, acomplejados en pick up’s o simplemente imbéciles que no les importa señalizar sus movimientos viales. Es uno de los tantos aprendizajes no escritos de vivir en este país y que resulta tan ordinario que deja de ser un “problema” y se convierte en un ligero inconveniente diario.

Quien lea estas palabras y entienda a lo que me refiero, es probablemente un experto en la psique del transportista o ya tiene algunos choques en su haber. Si no entiende, amigo lector, a lo que me refiero, entonces es usted parte del problema. Y no quiero entrar en una discusión seria acerca de apegarnos a las leyes de tránsito (porque ni las conozco), sino hacer referencia al más básico de los principios del sentido común de la convivencia vial: el uso de las direccionales e intermitentes. Esos foquitos amarillos más olvidados que la barra de ensaladas en un buffet de carnes. Un mecanismo inventado en los años 20’s (solo 30 años después de la creación de los primeros automóviles) como recurso para comunicarle a los otros automovilistas tus intenciones de dar vuelta hacia la izquierda, derecha o simplemente detenerse.

Desconozco el reglamento oficial acerca del uso de las direccionales, pero tengo entendido que la regla tácita es que éstas se deben de activar antes de que se activen las luces rojas de frenado. De esta forma, no sólo los otros conductores, sino peatones y ciclistas, pueden saber tus intenciones y prever sus propios movimientos antes de provocar un accidente o solo mentar madres mentalmente después de tirar medio café en el tablero por frenar repentinamente.

A pesar de ser una forma muy básica de comunicarnos de automóvil a automóvil, es un reducido número de conductores los que hacen uso de ellas. Es por ello que hemos desarrollado un agudísimo sentido de la intuición para conocer las intenciones de la persona que se encuentra en el otro vehículo. Cuando llegas a un cruce vial y viene otro carro, debes de ver a la otra persona a través de su cristal, enfocarte en su mirada, escudriñar en lo más profundo de su alma y preguntarte “¿este güey va a dar vuelta?”. De qué manera tomó el volante, hacia a dónde direccionó sus pupilas, o el más mínimo cambio angular en las llantas son algunos de los indicadores que te ayudarán a contestar esa pregunta. No es necesario.

Sólo basta con que cada quien desarrolle el hábito de mover una pinche palanquita que está a un costado del volante para tener una mucho mejor convivencia vial. Entendería si fuera un dispositivo complicado de usar o que no existiera en todos los modelos, pero no. Está ahí y se activa hasta con el dedo meñique. Ni siquiera estoy pidiéndole al conductor promedio que deje de hacer pendejadas. Háganlas, pero avísenos a los demás.

Nota del autor: Muy probablemente, si es que este artículo sale a la luz, la editorial cambió las groserías por un montón de símbolos como “pe#%3jo”. No fue nunca mi intención. Mi intención fue usar las groserías reales, porque tienen un uso real y está destinado a la gente que no usa las direccionales (por ejemplo).