La que concluyó fue, sin duda, una semana de malas, dolorosas noticias. Inicia otra con la muy lamentable nueva sobre el deceso del astro musical Alberto Aguilera, mejor conocido como Juan Gabriel.

Y con la profusión de notas sobre la dolorosa pérdida, conocemos a detalle su biografía: sus orígenes en Parácuaro y la difícil vida que llevó desde muy tierna edad. Y sin embargo, a pesar de tanta dificultad, carencias y pruebas, Juan Gabriel no sólo logró salir adelante sino que al paso de los años, su talento y perseverancia lo llevaron a ser uno de los más grandes artistas del mundo latino e incluso más allá, como lo demuestra la noticia de su muerte en diarios de todo el orbe.

Y es inevitable contrastar este hecho, esa parte de las dificultades que enfrentó Juan Gabriel desde la infancia con la situación actual que enfrentan las y los niños en México, particularmente los que viven en un entorno social y familiar parecido al que, en su momento, enfrentó el gran artista.

Sin duda son otros tiempos, otras circunstancias; en los años sesentas y setentas, los riesgos y peligros que enfrentaba la población en general si bien no eran menores, no eran ni con mucho los que son hoy en día.

En un país donde el 32.8 por ciento del total de la población son menores de entre 0 a 17 años de edad, según refiere la Encuesta Intercensal 2015 del INEGI, un niño o joven en condiciones de vulnerabilidad enfrenta amenazas reales como la proliferación de drogas y alcohol, la desintegración familiar o la delincuencia.

Ni qué decir de otras como la trata de personas, el tráfico de órganos, la pedofilia y pornografía infantil, entre muchos otros males que quizá antes también existían, pero no en la magnitud y gravedad con la que se presentan ahora, a cada momento, prácticamente en todos lados.

En la semana que recién concluyó, al menos dos casos de asesinatos de niños registrados en Morelia y en Zitácuaro, conmovieron a la opinión pública michoacana.

Si bien las investigaciones apenas empiezan para conocer el contexto en el que se dieron, así como a los responsables de tan condenables hechos, la corta edad de las víctimas, uno tenía cinco y el otro siete; la crueldad que acompañó sus muertes, nos recuerdan con crudeza todas esas amenazas que enfrentan hoy millones de infantes no sólo de nuestro estado sino en el mundo entero.

Y si bien el marco jurídico que protege a la infancia ha avanzado sustancialmente, no sólo en el plano internacional a partir de la Declaración de los Derechos de los Niños o la Convención Americana sobre Derechos de los Niños, por citar algunos; en el nacional con la Ley para la Protección de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes, y con leyes estatales armonizadas con la federal, tal parece que poco avanza la concientización entre muchos sectores de la población sobre el valor que tiene cada uno de estos seres humanos en desarrollo.

A un amplio sector de esos infantes se les escatima el derecho a disfrutar de cosas tan elementales como un hogar, una familia, educación, alimentación, vestido, esparcimiento, ya no se diga cariño y consideración.

O quizá sí hay conocimiento pero sobra menosprecio, irresponsabilidad al engendrarlos y luego desentenderse de ellos porque estorban, porque cuestan, porque sólo sirven para descargar en ellos las frustraciones económicas, sentimentales, sociales.

Y nuevamente se me ocurre pensar si en un entorno social tan degradado como el que vivimos, un niño en las mismas precarias condiciones que vivió hace décadas el artista fallecido, puede sobrevivir o superar las condiciones adversas de pobreza y desamparo de aquel. Difícil de imaginar ¿o no?