Es una regla política. Cuanto más poder tenga un gobierno más despótico será; y cuanto más despótico sea, también será más codicioso y avaro.

En otras palabras, los gobiernos tienen un costo y este costo será proporcional a su tamaño y poder.

No creo que exista desacuerdo con lo anterior. La realidad es obvia y nos manda a hacer una pregunta inevitable. La de la fuente de los recursos que necesita el gobierno para sostenerse.

¿De dónde provienen esos recursos?

El financiamiento central de los gobiernos es el de los impuestos pagados por los ciudadanos. Y esto indica una realidad: cuantos más recursos necesite un gobierno menos recursos tendrá el ciudadano. Tampoco hay gran probabilidad de estar en desacuerdo con esto. Otra realidad.

La otra fuente de recursos gubernamentales es el endeudamiento, la contratación de préstamos. Es dinero que sale del mercado de capitales y tiene el mismo efecto. Conforme más capital tome prestado el gobierno, menos crédito disponible tendrá el resto de las personas. Un hecho más, difícil de negar.

La situación estacionaria es clara: el recurso que tome el gobierno para sostenerse es el recurso que deja de estar disponible a los ciudadanos. Un juego de suma cero que obliga a considerar la eficiencia del uso de los recursos en manos gubernamentales y en manos privadas.

Si añadimos dinamismo a la situación, en el tiempo, los recursos en manos privadas producirán riqueza y aumentarán. Esto hace posible que el gobierno tenga a su disposición una fuente mayor de recursos, pudiendo tomar más y financiar su crecimiento.

Los recursos en manos del gobierno no tienen una productividad similar, sino menor, por lo que puede concluirse que en general es mejor para la sociedad que la mayor parte posible de los recursos permanezcan en manos privadas, donde producirán más.

Muy bien, pero sea lo que sea, el gobierno necesita recursos para, por ejemplo, sostener a la policía, a jueces y tribunales; a legisladores, embajadores y una serie de funciones indispensables para que se produzca la mejor situación posible destinada a que el ciudadano privado aproveche sus propios recursos.

Si todo lo anterior es cierto, una de las más prioritarias preocupaciones de toda sociedad es vigilar el gasto público para hacerlo lo más productivo posible y sin permitirle realizar funciones que otros podrían realizar con mayor eficiencia.

Mientras que los detalles concretos de lo anterior pueden ser muy embrollados en cada caso, lo que es muy claro es la vigilancia extrema del crecimiento del gasto público y su eficiencia. Los recursos son limitados y es irresponsable que se desperdicien en gastos innecesarios o descuidados.

Nada de lo anterior es ideológico, sino de mero sentido común. Con recursos limitados es conveniente para todos ejercer un cuidado extremo de ellos y buena parte de ese cuidado es tener un gasto público limitado y eficiente.

Si esto es lo razonable, la pregunta inevitable es la de porqué sucede consistentemente lo contrario: los gobiernos crecen, gastan más y lo hacen con descuido e ineficiencia. Una explicación posible es la siguiente.

Ha sido popularizada la creencia de que el dinero y los recursos en manos gubernamentales produce más bienestar que el dinero y los recursos en manos privadas. Aunque eso pueda ser demostrado como falso, la realidad es innegable y sí existe esa opinión curiosa.

Se cree eso por causa de otra opinión difundida. Se tiene la expectativa que los gobiernos son siempre buenos, honestos y bien intencionados; que los gobernantes son seres sabios y tienen los más altos sentimientos altruistas. Estas son creencias inexpugnables en muchos casos.

No importa qué tanta evidencia se ofrezca en contra, la opinión no desaparecerá. la persona puede acusar al gobierno presente de corrupción rampante, de deshonestidad absoluta, de programas fracasados. Eso no influye en su voto para el nuevo gobierno y la esperanza infundada de que por medio de un gobierno aún mayor, y que promete otra vez ser honesto y eficiente, se viva mejor.

Seguirá esa persona creyendo que un gobierno mayor y más costoso podrá crear prosperidad, incluso a pesar de haber vivido evidencias opuestas durante décadas. Es una esperanza tan obstinada que no desaparece ni aún con la experiencia propia.

O, como lo explica un amigo:

«Es una ilusión insensata y testaruda la que hace que quien rechaza a Maduro en Venezuela prefiera a otro socialista y que quien repudia al PRI en México tenga esperanzas en López Obrador».

Quizá al final de cuentas es eso de que es una tontería hacer lo mismo una vez y otra y otra más esperando tener resultados diferentes. Si el aumento del gasto público y del tamaño del gobierno no da resultados, no tiene mucho sentido insistir en hacer crecer aún más a ese gasto y a ese gobierno.