La crítica tiene su sentido y su fundamento, Esta dirigida a la libertad económica, a los mercados libres.

Esa crítica se expresa más o menos de esta manera:

Los mercados libres ponen un precio a todo, incluyendo a las cosas que no deben tener precio. Reducen todo a un ansia de satisfacción material insaciable. Elevan a nivel de necesidad lo que es solo capricho. Fomentan el materialismo y el gozo inmediato. Inducen al consumo por el consumo mismo y definen felicidad como el usar y poseer.

La crítica, que tiene su sentido, sin embargo, se emplea erróneamente. Ella ha sido usada para justificar la anulación de los mercados libres suponiendo que eso también anulará al materialismo que se le acusa de fomentar. Es un non-sequitur gigantesco.

Si alguien supone que cambiar de tipo de economía, de un sistema de mercados libres a uno de intervencionismo estatal, es suficiente como para abandonar al materialismo y crear unan sociedad espiritual, mucho me temo que sufrirá una decepción terrible. No lo logrará.

Si se abandonan los mercados libres lo que se tendrá es un descenso de estándares de vida, una caída en la creación de riqueza y un aumento de la pobreza. Dudo que alguien quiera intencionalmente producir tales consecuencias (aunque alguien podrá opinar que elevando la pobreza se eliminará el materialismo por simple causa de hacer la vida más difícil y ardua para todos; ¿un regreso a la situación de la prehistoria no tendría al materialismo como gran problema?).

Lo que esa crítica apunta es otra cosa muy distinta, la de cómo manejar el éxito económico, cómo conducirse en medio de una menor escasez, cómo comportarse con mayor riqueza. Si la vida usual por siglos fue una en la que la pobreza era la situación acostumbrada, el crecimiento económico de dos siglos para acá plantea una situación en la que la pobreza es más la excepción que la regla.

Los estándares de vida crecientes se gozan en un medio ambiente social que ha dado entrada a esa crítica de materialismo desbocado y espiritualidad olvidada, donde todo tiene un precio y existen obsesiones por consumir. Algo que se facilita dada la mayor riqueza creada por la libertad económica.

Un padecimiento que, insisto, no se soluciona cambiando de un sistema económico muy exitoso a otro de menor desempeño. Ese materialismo es una dificultad no económica, es de otra naturaleza. Es un problema de moralidad en la conducta y así debe ser comprendido y analizado.

La mentalidad de que si se sufre de materialismo la solución es cancelar a la libertad económica e implantar otro sistema económico, es como querer solucionar un problema de software con una lata de pintura para automóviles. Los problemas morales tienen soluciones morales y los económicos tienen soluciones económicas.

¿Quiere usted tener bienestar creciente y reducir la pobreza material? La solución es ampliamente conocida, fomente la libertad económica. Pero si quiere atender un problema de materialismo excesivo o de «cultura del descarte» como la ha llamado el papa Francisco, piense en soluciones morales.

Esta es la simple idea que bien vale una segunda opinión. La de que la crítica acerca de un creciente materialismo que define felicidad como un consumismo egoísta sin medida, bien apunta un problema real que no tiene una solución económica que indique que debe cambiarse de sistema económico.

Es un problema de conducta humana, una situación moral indeseable cuya solución es de esa misma naturaleza. Apunta a una realidad razonable: la pérdida de la dimensión moral de la conducta, de las normas éticas, de los preceptos y las virtudes.

Tome usted, por ejemplo, el caso del sexo en nuestros tiempos, considerado como un derecho al gozo sin limitación. Tratado solo como algo físico solamente, se exige como derecho cancelando sus costos: las responsabilidades de fidelidad conyugal y consecuencias, como el embarazo (aborto y anticonceptivos son producto de un análisis de costo-beneficio).

Quizá esto puede ser entendido como una coincidencia en el tiempo de dos tendencias amplias. Por un lado, el «descubrimiento» de que la libertad económica produce riqueza material como nunca antes se había creado; y, por el otro, la «pérdida» de la dimensión de la espiritualidad humana, lo que produce pobreza espiritual

El problema no es el acierto material de la libertad económica, sino el desacierto de la responsabilidad de la inmaterialidad humana. Un problema de pobreza espiritual en medio de riqueza material.