Un asunto de infalibilidad moral. Una situación fascinante. Una paradoja digna de mencionar. Un tema de conciencia y las creencias que tiene en cada persona.

Piense usted en esta situación.

Una persona cualquiera reclama y se queja. Dice que las iglesias suponen tener la verdad acerca de lo bueno y lo mal. Más aún, ella critica severamente eso de la infalibilidad papal. «¿Quién es él para saber qué es bueno y qué es malo?», pregunta la persona.

Interesante posición, porque a continuación ella asegura saber qué es lo bueno y qué es lo malo. Quizá no lo haga explícitamente, pero ello es claro cuando, por ejemplo, difiere de alguna norma religiosa, como la prohibición del aborto. Ella dice que sí, que el aborto es bueno, aunque el Catolicismo lo repruebe.

La paradoja es clara. Al mismo tiempo que reclama diciendo que otros no tienen la autoridad para determinar lo bueno y lo malo, ella misma se atribuye esa autoridad que niega a los demás; sí tiene ella la autoridad para determinar lo bueno y lo malo.

Reconociendo esta paradoja, si es que la persona lo hace, podrá continuarse la discusión a un terreno más productivo.

Es obvio que el determinar a lo bueno y a lo malo, que es lo que se llama conciencia, contiene un fuerte elemento de subjetivismo. Con la rienda suelta, este subjetivismo de conciencia lleva al relativismo moral: cada persona determina lo que es bueno y lo que es malo, con el deber de actuar según las creencias personales diferentes en cada uno.

Eso sería el escenario producido por el subjetivismo moral, en donde nadie tiene autoridad suficiente como para determinar qué es bueno y qué es malo universalmente, solo personalmente. Todos y cada uno son moralmente infalibles en sus juicios morales.

En ese escenario tendrían que convivir, por ejemplo, quienes crean en la libertad religiosa y quienes crean que los fieles de otras religiones deben morir. La incompatibilidad es obvia (e ignorada por el multiculturalismo)

Esto es lo que pone sobre la mesa una realidad: la conciencia es necesariamente personal pero no hasta el extremo de pensar que ella produce infalibilidad personal. Es decir, la conciencia personal puede tener errores y ellos pueden ser sustanciales. Por tanto, existen criterios de conciencia que son independientes de la voluntad personal y de la justificación individual.

La conclusión es inevitable: los preceptos morales que determinan a lo bueno y a lo malo son ajenos a la creencia personal. Nadie puede reclamar una autonomía moral personal infalible a la que califique como verdad.

Sin embargo, eso no quita lo que puede llamarse un derecho de conciencia. Derecho que es real pero que no puede significar infalibilidad moral personal. Es un derecho que solamente puede comprenderse con su obligación correspondiente, la obligación de formar la conciencia.

Y formar la conciencia significa educarla de tal manera que ella sea guiada por la verdad, lo que permite determinar al bien verdadero y al mal verdadero. La verdad es ajena a la voluntad y a los deseos personales.

Otra conclusión se hace inevitable: la verdad es ese criterio independiente que pone freno a la creencia de la infalibilidad moral individual del subjetivismo. Es por eso que donde no se reconozca la existencia de la verdad, no podrá existir una moral común y donde eso suceda, la convivencia se imposibilitará.

Me metí en este tema tan complejo por creer que muchos de los problemas de nuestros tiempos tienen su origen es esa paradoja apuntada al inicio. Creer que ningún otro fuera de uno mismo es moralmente infalible es una posición contradictoria que no puede tener sino consecuencias desagradables.

¿Cómo se llegó a esa situación de autonomía moral personal?

Creo que sucedió conforme se pensó que era posible construir un sistema moral basado enteramente en la razón, sin ninguna intervención espiritual. Descartando a las ideas religiosas, que unificaban creencias, la razón se desligó de la verdad y fueron creados muchos sistemas morales.

Se suponía que usando a la razón se llegaría a un solo sistema moral, único y universal, producto del poder racional humano. Un sistema con el que todos estarían de acuerdo por ser racionalmente perfecto. No sucedió eso.

Al contrario, hubo un «efecto nova espiritual», como lo llama Charles Taylor: una explosión que creó millares de opciones morales y no se deshizo de lo espiritual, solo lo multiplicó.

¿Por qué meterse en estas complicaciones abstractas de aparente inutilidad?

Porque creo que en cosas como estas podemos encontrar las razones de los males de nuestros tiempos. La idea de G. K. Chesterton: lo que está mal en el mundo es que no sabemos lo que está bien.