Nuestros tiempos, supongo, padecen el mismo síndrome de todos los anteriores, el suponerse únicos y distintos. Un ejemplo.

Tome usted ese supuesto nuevo asunto, las fake news. Mal traducido como noticias falsas, son en realidad noticias o información falsificadas. Intencionalmente falsificadas.

Una instancia de información falsificada es el material, creado por Rusia y usado con la idea de influir en las elecciones estadounidenses.

« Facebook Inc dijo el lunes que agentes basados en Rusia publicaron unas 80.000 publicaciones en la red social en un periodo de dos años con la intención de influir en la política de Estados Unidos, y que unos 126 millones de habitantes del país habrían leído dicho contenido». es.reuters.com

El material usado en ese caso trae recuerdos de otros tiempos.

Otros tiempos que también tuvieron ese mismo fenómeno, aunque obviamente sin Facebook, ni Twitter. Para esto, debemos ir pocos siglos atrás y conocer algo acerca de los panfletos.

Un panfleto es una publicación breve y económica, presentada sin encuadernación formal. Se presenta sin cubierta y contiene opiniones, puntos de vista, e información que desea hacerse pública rápidamente. Puede incluso ser de una sola página, o de varias decenas.

Tiene usos múltiples, desde publicidad comercial hasta propaganda política y era un medio de rápida difusión. Una modalidad particular del panfleto es el libelo, cuyo contenido persigue difamar a personajes públicos usando historias falsas. Sí, fake news.

Poco antes de la Revolución Francesa, muchos libelos acusaban falsamente a María Antonieta de actos vulgares con alto contenido sexual. Un factor que, sin duda, ayudó a que la reina acabara en la guillotina.

El libelo es usualmente vulgar, satírico, burdo, con dosis pornográficas, que persiguen poner en una situación ridícula y débil a algún personaje público. Catalina la Grande, de Rusia, fue material de libelos sexuales groseros y rudos.

Del libelo vulgar, de una o pocas páginas, escrito o ilustrado, puede pasarse al libelo de apariencia seria y válida, que daba la apariencia de periodismo, citando fuentes confidenciales nunca nombradas. Incluso dando la apariencia de un periódico formal, como la Gazetier Cuirassé, impreso en Londres con «noticias» de Francia.

Sí, fake news del siglo 18, producidas fueran del país al que iban dirigidas. Las hay, al menos, desde el siglo 16 y están disponibles en una colección. Los libelos franceses de tiempos de su revolución suman más de 23,000.

En conclusión, algo que bien vale una segunda opinión: no, las noticias falsificadas y la creación de rumores falsos no es algo precisamente nuevo. Aclaro esto por lo que creo que sucede al pensar que estamos en presencia de un fenómeno reciente solo porque se presenta en Facebook, Twitter o medios similares.

No son nuestros tiempos algo excepcional en este sentido. Y, si nos vamos más atrás, encontramos, en el fondo, algo que mucho tiene que ver con nuestra propia naturaleza, la mentira. Y mentir, mucho me temo, es una constante en la historia humana.

Tener la intención de engañar a otros afirmando cosas falsas no es novedad, aunque sí pueda reclamarse alguna originalidad menos antigua en la especialidad de producir noticias falsificadas en el campo político con la intención de alterar a la opinión de la gente.

Eso es algo de utilidad y provecho en regímenes que se sustentan en buena parte en decisiones colectivas, como en las elecciones democráticas, lo que nos lleva a otra cuestión. Para que una mentira tenga éxito se necesitan dos, el mentiroso y, segundo, alguien que la crea.

La clave está en ese segundo personaje y su credulidad. Los tiempos actuales, al igual que los anteriores, hacen necesaria una cualidad, eso que llamamos razón. Le podemos llamar sentido común, agudeza, perspicacia, o sagacidad. Es ese sano escepticismo que nos llama a sospechar de lo que es dudoso, de lo demasiado extremo como para ser creído.

Algo nuevo, supongo, es la velocidad con la que se difunden las noticias falsas. Tome usted, por ejemplo, a cualquiera de las «noticias» acerca de Coca-Cola y verá que habrá personas que de inmediato se vuelven repetidoras, reenviando la noticia por WhatsApp o similares.

No creo que muy diferente al que después de ver un libelo, en París, en 1780, lo daba a sus vecinos, el de volverse un repetidor de noticias falsificadas, como la de la rata empanizada de KFC.

En fin, tenemos los mismos problemas de siempre, con otra apariencia, en otros medios, pero no, no, las noticias falsificadas no son precisamente algo nuevo. Un eterno problema de credulidad e ingenuidad.

Post Scriptum

No resisto la oportunidad de mencionar dos de los casos más exitosos de noticias falsificadas. Uno, Los protocolos de los sabios de Sión.

«[…]la publicación antisemita más famosa y ampliamente distribuida de la época contemporánea. Sus mentiras sobre los judíos, que han sido desacreditadas repetidamente, continúan circulando hoy en día, especialmente por Internet. Los individuos y grupos que han utilizado los Protocolos están unidos por un propósito común: diseminar el odio a los judíos». ushmm.org

También, el caso de La leyenda negra, destinada a desprestigiar a España, que junto con el anterior, tienen todavía hoy una influencia considerable.