La tolerancia hacia el inmigrado debe ir acompañada también de la tolerancia del inmigrado hacia el país que lo ha recibido. Esto es lo que olvidó alguien.

La persona era eso que llaman un activista, esa nueva profesión o vocación, que busca una causa que llene su agenda y cierra así su mundo a cualquier otra cosa.

Deduje de lo que ella decía que había seleccionado la causa de la multiculturalidad y la aceptación de los inmigrantes. Especialmente de los refugiados que por cualquier razón se ven obligados a abandonar su país e ir a otro que los recibe.

Como todo buen activista hizo un llamado a la tolerancia del inmigrado, una exaltación a la diversidad, una apología al multiculturalismo y colocó todo su énfasis en la aceptación del inmigrado. No está mal todo esto, siempre que se haga con cierta cautela y prudencia.

Suponga usted el caso de alguien que sale de su país y es aceptado por otro país que le permite vivir en él. Y, suponga usted otra cosa, que el emigrado pertenece a una cultura muy distinta y diferente.

No es el mexicano que más o menos conoce la cultura estadounidense, sino alguien que viene de un país con una cultura realmente diferente. El ejemplo usual es el musulmán que emigra a Occidente, pero puede haber otros. El país de destino lo recibe oficialmente y le permite vivir dentro de su territorio.

El activista hace bien en exaltar a los habitantes del país que ha recibido al inmigrante a tratarlo correctamente, sin discriminación, como otro más de ellos. Es una cosa buena el solicitar esto. La meta es ambiciosa y no del todo alcanzable. El refugiado, sin duda, enfrentará ocasiones de algún maltrato, de incluso discriminación, dependiendo de con quién tenga relaciones.

Pero, y esto es vital, las obligaciones no son solo de los anfitriones. El invitado también las tiene. Debe respetar leyes, costumbres y creencias. Es un asunto de reciprocidad. Si se pide tolerancia al anfitrión, el invitado también debe practicarla. Más aún, el invitado debe mostrar cierto agradecimiento hacía los habitantes del país, siendo amable y respetuoso.

Esto es lo que creo que se olvida con frecuencia y que el activista, por supuesto, ignoró. Descartó mencionar que el inmigrado tiene también obligaciones. Es un asunto de simple sentido común.

Piense usted en esto. Usted recibe al inmigrante en la cultura de usted. Es la cultura a la que él ha solicitado entrar. La cultura de usted, de su país. Le ha dado la bienvenida. Esto tiene una consecuencia muy obvia, que es la que suele olvidarse y que el activista no trató.

La consecuencia es la obligación por parte del inmigrante de aceptar las reglas, costumbres, leyes, creencias de la cultura que le ha dado la bienvenida. Esa es la condición implícita que debe cumplir el inmigrado porque parte de esa cultura es la aceptación de recibirlo dentro de ella. Si ha sido aceptado en ella, entonces él debe aceptarla también. Un asunto de reciprocidad.

Las cosas, sin embargo, se complican con el monto en el que la cultura de origen sea distinta a la cultura de destino. Esto presenta un reto importante para ambos, el nacional y el inmigrado y no solo para el nacional. La bienvenida que le da el nacional debe estar seguida de la bienvenida que da el inmigrado a la cultura que lo recibe.

Es aquí donde tenemos otro olvido frecuente, del que al activista no fue la excepción. Pidió él tolerancia de los nacionales hacia los inmigrados. Tiene razón, pero recordando que también el inmigrado debe ser tolerante. De nuevo, es un caso especial de reciprocidad, de aceptación mutua, en el que domina la cultura que le dio la bienvenida.

Sí, lo siento, pero no puedo ser políticamente correcto. La cortesía de aceptar la inmigrado lleva al reclamo de tolerancia mutua y eso significa que el inmigrado acepta vivir dentro de una cultura que es diferente a la suya. No debe ser una cultura mala porque al fin y al cabo esa cultura tiene entre sus creencias a la aceptación del inmigrado.

Si la cultura que lo recibe, por ejemplo, goza de libertad religiosa, será obligación del inmigrado aceptarla también, así sea algo que en su cultura original no se tenga. El nuevo ciudadano paga ese precio, el de la aceptación de la cultura que lo ha recibido.

Me he referido a esto como un asunto de reciprocidad y correspondencia entre anfitriones e invitados, más la obligación del invitado a aceptar a la cultura que le ha dado la bienvenida.

Si acaso solo se pide al anfitrión tolerancia, la cultura local perderá y correrá el riesgo de convertirse en otra cultura que crea emigración.